martes, 29 de mayo de 2012

El problema

Prefiero caminar veinte calles y obtener un asiento vacío en el bus que esperar en la estación y competir violentamente por un espacio en el bus lleno, de esta forma, la decisión y la acción de de caminar me dignifican, aunque lamentablemente muchos habitantes de mi ciudad no las tienen. Mayor comodidad mejora mi calidad de vida, y lo más cómodo es no tomar bus en absoluto, y mejor que conducir es caminar, de manera que para mejorar mi comodidad decidí vivir cerca al trabajo. Se me presentaron dos posibilidades: la comodidad y él estética del sector donde trabajo (incluyendo los altos costos), o el espacioso apartamento de una amiga en una zona estigmatizada por la indigencia, la prostitución y la inseguridad. Claro, lo importante es el interior, así que escogí lo segundo pensando en que las cosas pueden mejorar y que mis gatos necesitan un espacio amplio.

No tardé muchos días en reconocer los problemas de mi nuevo hábitat: El sector completo se había adormilado como en la parábola de la rana hervida. Muchos propietarios se habían marchado arrendando sus casas y los nuevos inquilinos no tenían sentido de pertenencia, había basuras en la calle a toda hora y los habitantes de calle como los zombies de nuestra sociedad permanecían ensuciando los andenes, durmiendo en ellos y mendigando. La inseguridad no era tan terrible como se mencionaba, aunque tampoco salí o llegué caminando muy tarde en la noche. Había que hacer algo, pero no sabia a quien acudir. No sabía como ingresar a las asociaciones de residentes, es más, desconocía su existencia. La comunidad más cercana era la iglesia, a la que asistían unas pocas personas mayores, aunque nunca saqué tiempo para hablar con el sacerdote sobre los problemas del sector.

Mas de un año después surgió una posible solución: los encuentros ciudadanos



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